Estado nutricional a la deriva

Foto: Mariana Souquett

Esta es la tercera vez que Eduardo* ingresa en el Hospital José Manuel de Los Ríos por anemia y desnutrición leve. Tras pasar un mes en el área de hospitalización, al bebé de nueve meses de edad, le brillan los ojos de nuevo.

Hace sonidos, se mueve y hasta le sonríe a los desconocidos. Sin embargo, cuando sea dado de alta, podría recaer, dada la situación económica de su familia.

La afección era causada por un parásito alojado en los intestinos. Lo que se suma al hecho de que la leche materna ha sido el único alimento de Eduardo desde que nació, contó su mamá.

“Aquí solo come el niño”, comentó la señora sobre la dieta que suministran en el J.M. Sus compañeras de hospitalización la han ayudado con algo de comer durante su estadía en el centro de salud. Ella tiene otros tres hijos. La familia depende del salario de un tío para sobrevivir y del beneficio alimenticio de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (Clap).

“Debería llegar cada mes (el Clap)”, aunque han pasado tres meses desde la última vez que apareció en su residencia ubicada en Caucagua, estado Miranda.

Eduardo es apenas uno de los niños que han sido referidos al Servicio de Nutrición, Crecimiento y Desarrollo del Hospital J.M. de Los Ríos en lo que va de 2018, por padecer de algún grado de malnutrición por déficit. Los casos de malnutrición por exceso han disminuido desde 2015. 

Los profesionales de la salud no saben si la familia de Eduardo es la única que compra “de a poquito” por la crisis económica venezolana y prioriza los carbohidratos para llenar el estómago. El Instituto Nacional de Estadística (INE) dejó de publicar la Encuesta Nacional de Consumo Alimentario (Enca) en 2015.

Las consecuencias del rezago no sólo hace más cuesta arriba el trabajo de las personas que se dedican a planificar políticas públicas. Sin esta información es imposible adoptar medidas que eviten el surgimiento de más bebés que estén en la situación de Eduardo.

¿Qué comían los venezolanos?

En la década de los 80, los especialistas en nutrición de Venezuela celebraron uno de sus mayores logros. Gracias a una serie de estudios nutricionales hechos a la población venezolana, se determinó que la harina precocida de maíz era un alimento de consumo masivo en el país. El ideal para servir de vehículo de las sales de hierro y vitaminas. Es así como aparece en el mercado la harina de maíz enriquecida.

Luego de varias pruebas piloto se creó la Encuesta Nacional de Consumo de Alimentos (Enca) y la Encuesta de Seguimiento del Consumo de Alimentos (Esca)

La primera edición de estos estudios se publicó en 2013. Ambas mediciones buscan caracterizar el consumo de alimentos de los venezolanos para diagnosticar y planificar la nutrición del país.  

En el informe de 2015 aparecen datos muy lejanos a la realidad de la familia de Eduardo este 2018. Según la Enca, en 2015, 94,1 por ciento de los encuestados hacía entre tres y siete comidas al día; las mujeres cubrían mejor sus necesidades nutricionales que los hombres. Su adecuación de energía estaba en 101%, mientras que el de los hombres se ubicaba en 88,8%, por debajo del rango recomendado (90 – 110%).  

Hay otros datos curiosos. Los venezolanos tenían perfectamente cubiertos sus requerimientos nutricionales de hierro, en parte gracias a que la arepa asada (hecha con harina de maíz) era la principal preparación consumida por la población en el desayuno y en la cena.  

Más niños como Eduardo

Según  la jefa del Servicio de Nutrición Crecimiento y Desarrollo, la doctora Ingrid Soto, parte de los bebés que son referidos a la consulta no están tomando una fórmula adecuada para sus requerimientos nutricionales. Beben la leche que viene en la caja Clap, desde aproximadamente el año 2015.

“Si a cada tetero se le tiene que echar cuatro cucharadas (de leche en polvo), le echan una y de casualidad. Lo complementan con arroz, espaguetti y otros los cereales”, comenta Soto. También se les da proteínas de origen vegetal, como la yuca y el plátano.  

El nutricionista y miembro del Observatorio Venezolano de Salud de la Fundación Bengoa, Pablo Hernández, explicó que a nivel internacional las encuestas de consumo de alimentos se hacen cada dos, cinco y hasta diez años, debido a que esos patrones no cambian tan rápido. En Venezuela las tendencias varían con mayor frecuencia.

Esto se evidencia en los resultados de la sección de alimentación de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2017, realizado por las principales universidades del país, encabezadas por la Fundación Bengoa. La organización publica datos desde el año 2014 y muestra como la inflación ha reducido el poder de compra. Este factor genera ajustes y desajustes en la dinámica del hogar en lo relativo a la compra de alimentos y otros productos.

A juicio de Hernández, la realización de estas encuestas permite planificar políticas públicas. “Allí se podría saber los factores socioeconómicos que se está afectando, en pro de mejorar”, dijo el nutricionista.

La investigadora de la Fundación Bengoa, Maritza Landaeta, dio ejemplos: a partir de estos datos se organizaban programas para atender a las zonas más desasistidas y mejorar la disponibilidad de alimentos. En oportunidades, la atención nutricional se prestaba en los ambulatorios. Se hacían consultas y se facilitaba la suplementación necesaria para que las personas superaran sus deficiencias.

Ante la ausencia de datos oficiales queda en incógnita cómo se va a reparar el estado nutricional de los venezolanos, lo que influye directamente en su salud.

Según la Encovi 2017, la dieta tradicional sigue perdiendo calidad, cantidad y variedad. las fuentes de hierro se redujeron por la disminución del aporte de hortalizas, frutas y la harina de maíz.  

*Los nombres de las personas referidas fueron cambiados para proteger su identidad  

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